Desde que tengo memoria mi madre me ha contado que cuando conoció a mi padre, nada más mirarlo a los ojos supo que él iba a ser la persona con la que se arriesgaría a pasar todos los momentos de su vida, bueno y malos. Mi padre me dice que jamás ha logrado encontrar persona con la sonrisa más bonita que la suya.
Creo que a partir de ahí he estado buscando a alguien que me haga sentir así.
Que me diga lo preciosa que estoy cada día, o que necesita mi voz para poder levantarse y seguir cada mañana.
Siempre he buscado cruzar una mirada con alguien y querer sentir al momento algo distinto que llegue al punto de erizarme la piel.
Hará unos meses dejé de buscar y empecé a ser realista, las cosas llegan en su momento, siempre se encuentra lo que no se busca.
Y de un día para otro, aparece alguien que me dice que no sabe como lo hago, pero tiene la necesidad de querer ver mil amaneceres a mi lado, que me mira a los ojos y no aparta la mirada, sigue mirándome dulcemente como si nada más existiera.
Hace que cualquier imperfección sea insignificante y que cualquier problema se arregle con una de sus sonrisas.
Está ahí cuando mi locura se desata y no se va cuando mi cordura regresa y rompo a llorar. Aguanta hasta un vendaval y es capaz de protegerme de cualquier catástrofe natural, provocada o inventada por las habladurías de la gente.
Mi piel arde cada vez que sus dedos la rozan, y mis ojos brillan cuando le veo aparecer por la puerta.
Anhelo su olor, sus besos y todo lo que pueda incluirle.
Y creo que, cuando todo se quede en un bonito recuerdo, podré contarle a mis hijos cómo llegue a conocer a la persona que me hizo feliz durante tanto tiempo, que estaba llena de sorpresas y hacía que me doliera la barriga de tanto reír al estar a su lado. Que nuestras miradas eran sinceras y que, si eres capaz de aguantar la mirada con alguien, puedes sentir el amor en estado puro y creo que no hay mejor sensación que esa.
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