COMO SI HUBIERA ALGUNA MANERA DE QUE YO PUDIERA ESTAR SIN NECESITARTE.

miércoles, 3 de abril de 2013

"Perdona pero quiero casarme contigo"

"Amor. La palabra de San Valentín. La palabra de este día que acaba de empezar. Amor. Tu segundo nombre. Estoy sentado a la mesa de la cocina. A buen seguro, tú estas durmiendo. Es de noche. Mañana te dejaré esta carta bajo la puerta. Te imagino mientras sales de casa todavía medio dormida y la ves. Tus preciosos ojos se iluminan. Te agachas, la coges y la abres. Y empiezas a leerla. Y, espero, a sonreír. Una carta. Una pequeña carta que trata de contener una gran historia, la nuestra. Mi agradecimiento por el modo en que haces que me sienta. No creo que dos folios sean suficientes, pero aun así, lo intentaré. Porque no puedo evitarlo. Dicen que no se puede hablar de amor, sino sólo vivir lo. Es cierto. Yo también lo creo así. Si conozco el amor es únicamente porque tú me lo has hecho vivir y respirar. Lo he aprendido contigo. Aunque después he entendido que, en realidad, no se aprende nada. Se vive y basta, juntos, cercanos y cómplices. El amor eres tú. El amor soy yo cuando estoy contigo. Feliz. Sereno. Mejor. Todavía recuerdo la primera vez que te vi. Guapísima. En medio de la pista de esa pequeña discoteca de Trastevere. Bailabas, te movías suavemente junto a tu amiga. Llevabas un vestidito azul claro con unas hombreras finas que se balanceaban contigo. El pelo oscuro, rizado y suelto sobre los hombros. Seguías el ritmo con los ojos cerrados. Te vi y de golpe no pude dejar de mirarte. Mis amigos querían cambiar de local, pero yo quise quedarme. Me precipité a la barra del bar, pedí dos bebidas, me deslicé entre la gente con los vasos en alto para que nadie pudiese darles un golpe, y me acerqué a ti de espalda mientras bailabas. Tu amiga se dio cuenta, te hizo un gesto con la barbilla y tú te volviste. De cerca eras aun mas guapa. Te sonreí y te ofrecí uno de los vasos. Al principio pusiste cara seria, hiciste una especie de mueca, pero luego me sonreíste. Aceptaste el vaso y brindamos, dos desconocidos en medio de una pista de baile. Después hablamos. No solo eras guapa, también simpática. A medida que te he ido conociendo he ido descubriendo tus mil cualidades. Soy un hombre afortunado. Mucho. Y cuando pienso en todo lo que hemos hecho juntos, sonrío de felicidad. Nuestras minivacaciones en Londres, cuando cogimos el avión el Viernes y regresamos el Domingo. Los locos paseos por el Soho, la cena, hacer el amor en ese parque a riesgo de ser descubiertos. Y reír. He intentar hablar bien el inglés. Y meter la pata. Y luego, la vez que fuimos a Stromboli, en que caminamos cogidos de la mano por esos callejones estrechos y flanqueados por unas casas blancas y bajas, preciosas, llenas de plantas y de flores. Y la subida al volcán. Y las cenas de pescado en las terrazas de los pequeños restaurantes. Y la risa que me entró cuando te subiste a ese burro que se hacia el sueco cada vez que querías que doblase a la izquierda, y tú con esa cara tan cómica, un poco desesperada, propia del que se rinde. Y de nuevo nuestras veladas romanas. Nuestros paseos hasta altas horas de la noche en los que jamás nos aburríamos  siempre teníamos mil cosas que decirnos y que contarnos. Después nos besábamos de repente y sentía la suavidad de tus labios apenas cubiertos de ese brillo con sabor a fruta que tanto te gusta. Cualquier noche incluso la más sencilla, resulta especial contigo. no hace falta nada. Poco importa donde estemos, a mi me parece siempre una fiesta. E incluso cuando reñimos, en contadas ocasiones, a decir verdad, en el fondo me diviertes. Porque dura poco y después hacemos hacemos siempre las paces. Tengo mil recuerdos espléndidos de ti. A medida que pasa el tiempo me enamoro más y más de ti. Más de lo que creía posible. Te quiero cuando sonríes  Te quiero cuando te conmueves. Te quiero mientras comes. Te quiero el sábado por la noche cuando vamos al pub. Te quiero el lunes por la mañana, mientras sigues somnolienta. Te quiero cuando cantas a voz en grito en los conciertos. Te quiero cuando nos despertamos juntos por la mañana y no encuentras las zapatillas para ir al baño. Te quiero bajo la ducha. Te quiero en la playa. Te quiero por la noche. Te quiero al atardecer. Te quiero a medio día.  Te quiero ahora mientras lees mi carta, mi felicitación de San Valentin, quizá te preguntas sino estaré un poco loco. Y no te equivocas. Y ahora, arréglate  Sal. Vive tu día  Disfruta de mi pensamiento que trata de arrancarte una nueva sonrisa para verte resplandecer con toda tu belleza. Felicidades, amor mío..pasaré a recogerte dentro de una hora. ¡Las sorpresas no se acaban aquí!"
A los ojos de Cristina asoman dos lágrimas, permanecen suspendidas durante unos segundos y a continuación se deslizan por sus mejillas. Que dulce era. Que diferente era todo. Cuantas ganas de sorprender, de estar juntos. De quererse. Eramos especiales. Creíamos que eramos únicos, el uno para el otro. Nosotros. Los demás quedaban en segundo lugar. El mundo. ¿ Y ahora? ¿A dónde ha ido a parar todo eso? ¿Dónde se ha perdido? ¿Por qué me siento así? Sigue leyendo las hermosas palabras que Flavio escribió tantos años sin dejar de llorar. Pensando en su larga historia, en la primera vez que lo vio. En lo mucho que le gustó. Era guapísimo. Y le parece imposible que todo haya cambiado tanto.

                                                                                                               Federico Moccia

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